Una pequeñísima reflexión en base a este interesantísimo articulo:
Hubo un tiempo —no tan remoto, aunque parezca otra galaxia— en que correr no era una afición, ni una forma de escapar del estrés urbano, ni mucho menos una excusa para presumir en Strava. Correr era cuestión de vida o muerte. Literalmente. Nuestros ancestros paleolíticos no llevaban GPS ni geles energéticos: corrían descalzos detrás de una gacela… o delante de un tigre. Y, curiosamente, sobrevivieron.
Hoy, mientras nos internamos por senderos de montaña con mochilas ergonómicas y playlists de Spotify, algo en nuestra fisiología sigue respondiendo a ese llamado ancestral. ¿Y si el secreto para mejorar tu rendimiento en trail running no estuviera en la última app de entrenamiento, sino en mirar 30.000 años atrás?
El cuerpo humano: ese artefacto del paleolítico
Nuestra especie evolucionó en constante movimiento: caminando, trotando, cargando, cazando, huyendo. No éramos velocistas de 100 metros, sino especialistas en la persistencia. De hecho, somos la única criatura lo bastante testaruda como para perseguir a su presa durante horas hasta que colapse de agotamiento. Una táctica brillante… y bastante sádica, si lo piensas.
Esta estrategia nos convirtió en auténticas máquinas de resistencia, capaces de alternar ritmos, conservar energía y adaptarnos a entornos extremos. Hoy, replicar este modelo evolutivo —bajo el nombre chic de entrenamiento paleolítico— puede ofrecer ventajas tan inesperadas como efectivas.
Beneficios ancestrales para el corredor moderno
Resistencia aeróbica: el arte de seguir y seguir… y seguir
Mientras los leones descansaban a la sombra tras una carrera corta, los Homo sapiens seguían avanzando. Cazadores-recolectores dependían de una resistencia casi absurda para atravesar sabanas enteras.
Traducción moderna: incorpora sesiones largas de baja intensidad en tu rutina. Corre durante 60 a 120 minutos sin jadear como un asmático en subida. Rutas con pendientes suaves y ritmo conversacional son tu nuevo gimnasio. No subestimes el poder de trotar como quien busca setas.
Fuerza y potencia: levantar, saltar, escapar
Imagina arrastrar un ciervo muerto o escalar un risco para evitar ser el almuerzo de un felino. ¿Creías que los sprints en cuesta y las sentadillas con saco de arena eran una moda crossfitera? Bienvenido al entrenamiento de supervivencia prehistórica.
Aplicación práctica: incorpora HIIT en colinas y fuerza funcional. Sprints de 30 segundos cuesta arriba. Sentadillas, zancadas, arrastres. Si sudas como un cazador al acecho y maldices como uno que falló el tiro, vas por buen camino.
Adaptación metabólica: correr con el tanque vacío (y no morir en el intento)
Nuestros ancestros no tenían horarios de comida. Corrían con el estómago vacío, lo que agudizaba sus sentidos y enseñaba al cuerpo a quemar grasa como si fuera mantequilla de yak.
Hoy puedes: entrenar en ayunas o con menos carbohidratos ciertos días para mejorar tu flexibilidad metabólica. Eso sí, consulta a un nutricionista. Los neandertales no lo hacían, pero tú sí puedes.
Cómo armar tu rutina paleolítica sin renunciar al siglo XXI
Sesiones largas de baja intensidad
Crea una base aeróbica sólida. Corre por senderos sin interrupciones durante al menos una hora. Suma minutos como quien recolecta frutos: con paciencia, constancia y sin obsesión.
Intervalos de alta intensidad
Entrena cambios de ritmo con sprints en colinas. 20-30 segundos a tope, recupera 1-2 minutos. Repite hasta que empieces a oír tambores tribales (o lo que sea que oigas cuando falta oxígeno).
Fuerza funcional
Imita los movimientos naturales de tu linaje: empuja, salta, arrastra, carga. Usa el cuerpo como herramienta, no como ornamento. Aquí se entrena para resistir el apocalipsis, no solo para lucir en la selfie post-carrera.
Nutrición estratégica
Alterna entrenamientos en ayunas y otros bien cargados de carbohidratos. Enséñale a tu cuerpo a improvisar. No todo es pasta la noche anterior: a veces, el mejor combustible es la adaptación misma.
Conclusión: el futuro del trail podría estar en el pasado
Correr por senderos es, en cierto modo, un ritual. Un retorno al movimiento libre, instintivo, salvaje. Integrar patrones paleolíticos no solo mejora el rendimiento: reconcilia cuerpo y naturaleza. Como quien escucha una melodía antigua en medio del ruido moderno.
Porque, al final, tal vez no corremos solo para llegar a la meta… sino para recordar quiénes fuimos antes de que todo se volviera tan cómodo, tan digital y tan… sedentario.